Al parecer estabamos muy cerca... yo estaba por el asta del lado de catedral. .. toda una experiencia. Saludos (General)
» Ingenuamente pensé que si llegaba al centro histórico a eso de las cuatro
» de la mañana, podrÃa entrar con mi coche por Madero y luego buscar un
» lugar por ahà de Tacuba, Venustiano Carranza o alguna calle de esas. Luego
» podrÃa caminar un buen rato para disfrutar la vista de la iluminación de
» los edificios e incluso de la Catedral. Me imaginé que verÃa un número
» algo mayor de personas a las que suele haber a esas horas, que la
» vigilancia policiaca serÃa la adecuada y que podrÃa meterme a algún
» restaurante cuyo dueño, sabiendo de la coyuntura, hubiera desvelado a sus
» empleados para ofrecer café a los transeúntes. Creà inocentemente, además,
» que iba a buena hora. Sin embargo, no bien tomé por el Eje Central, el
» tráfico me revelaba que la convocatoria habÃa desbordado cualquier
» expectativa, mÃa o de otros y más que unos cuantos madrugadores en el
» centro me iba a topar con una asistencia multitudinaria. Al principio se
» me ocurrió que coincidÃamos con una manifestación de los cuatrocientos
» pueblos hacia Bucareli, pero ¿Ese dÃa y a esa hora> La hipótesis de que se
» trataba de antreros trasnochados también era imposible, sobre todo porque
» era fácil ver, aún dentro de sus autos, que todos llevaban ropa cómoda y
» caliente, pants, gorros, tenis, cosas que en su momento eran fáciles de
» desabotonar, de quitarse sin más trámite, como dictaban las instrucciones.
» Además, no sólo eso distinguÃa a la gente que ya caminaba sobre la calle:
» todos traÃan una hojita blanca en la mano, el formato de registro que
» imprimieron de Internet.
» No habÃa llegado aún a Lorenzo Bouturini cuando comprendà que dar vuelta a
» la izquierda sobre Madero iba a ser imposible. Supuse también, con certeza,
» que intentar un rodeo para llegar por Av. Juárez iba a ser inútil, como
» bien enseña haber quedado cercado más de una vez por una manifestación al
» Zócalo. Asà que, tan pronto rebasé Izazaga, di vuelta a la izquierda, me
» estacioné por ahà y le puse a mi coche los cuatro elementos mÃnimos de
» seguridad que deben usarse en esta ciudad: la alarma, el freno de mano, el
» bastón y mi bendición. Me bajé y apuré el paso sobre el Eje Central. Una
» espina de duda se me enterró cuando vi a un grupo de jóvenes, cuatro
» hombres y dos mujeres (signo de la proporción de género que se dirigÃa al
» evento), con facha de universitarios caminar muy animados al asunto. No
» fuera yo a hacer el ridÃculo, un hombre a sus cuarenta y tantos
» pretendiendo no tener inhibiciones para encuerarse por un poco de arte.
» Pero mis temores fueron disipados por una pareja de entre cincuenta y
» sesenta años que con pants iguales caminaban tranquilos tomados de la mano
» y que incluso me dedicaban una mirada y sonrisa condescendiente.
» Di vuelta sobre 16 de septiembre a eso de las 4:15 y me tope con una cola
» impresionante. Pronto alguno de los organizadores comprendió que la
» pretensión de corroborar que no hubiera alcoholizados entre los
» participantes no era posible, por lo que la fila pronto se convirtió en
» dos, luego tal vez en tres, papel en mano y comenzamos a entrar cada vez
» más rápido. Muchachos con playeras nos iban distribuyendo a donde Ãbamos a
» quitarnos la ropa. Algunos traÃan cara de que habÃan pernoctado cerca y,
» yendo en grupo, habÃa sido noche de fiesta, como serÃa casi todo lo demás.
»
» Desnudarse y entrar a la plancha del zócalo fue más fácil de lo que podrÃa
» parecer. Se sentÃa un acuerdo implÃcito de no mirarnos con lascivia, en
» restringir nuestro ángulo de visión de la horizontal que parte de nuestros
» ojos para arriba, por lo menos en ese primer momento. Dice ElÃas Canetti
» que uno de nuestros más profundos temores es el de ser tocados por lo
» desconocido, por eso usamos ropa, por eso nos metemos en casas que
» procuramos infranqueables, por eso las cercamos con vallas. Cuando
» viajamos en el metro, a pesar de la cercanÃa, evitamos el contacto,
» ponemos barreras, exigimos territorios. Sin embargo, la fusión con la
» masa, siempre de acuerdo con Canetti, es la inversión de ese temor,
» mientras más densa la masa, menos temor a ser tocado. Y esa inversión se
» multiplica si, además, se quita uno la última defensa, si se queda uno en
» cueros. La masa se funde, nos hace perecederamente iguales en lo que
» seguimos las instrucciones aunque no las escuchásemos, muestra de que la
» masa ha establecido las reglas, ha creado su red nerviosa que transmite
» órdenes. Y el frÃo es secundario si es compartido y la desinhibición
» comienza a expresarse en uno que otro Goya que nos va descubriendo que
» estamos alrededor de todos que son uno mismo. Y luego un “Voto por voto,
» casilla por casilla” se convirtió en un “Foto x foto, desnudo por
» desnudo”, al que le siguió un “Norberto-Rivera, el pueblo se te encuera”
» que más que consigna de combate era broma cruel.
» Éramos los que realmente existimos. Ahà estaban las lonjas, las celulitis,
» las panzas, los vellos abundantes por todos lados, en la espalda, las
» pantorrillas, el pecho, la panza misma peluda a más no poder, las
» cicatrices, los tatuajes, las manchas, los senos caÃdos, las nalgas
» flácidas, los pies chuecos, las columnas encorvadas. Sin pena,
» descubriendo que lo raro son las pieles perfectas, los cuerpos esculpidos,
» los rostros bellos. Reitero mis certezas: la televisión no refleja la
» realidad, ni siquiera cuando quiere hacer telenovelas que trasciendan. Su
» filtro de rostros y cuerpos dejarÃa fuera a casi todos los que estábamos
» ahÃ. Nos faltó algo: la bandera. Pero no faltará quien lo arregle con
» photoshop, estoy seguro.
» Para cuando nos acostamos en el suelo, las bromas y el ambiente ya habÃan
» superado la idea de que estábamos desnudos. “¿PodrÃa hacerse un poquito
» más para allá, sus pies me quedan a un lado del cachete>” Me dice la
» señora gorda que, de pie, estaba a dos personas delante de mÃ. “SÃ, cómo
» no, no se vaya usted a desmayar con el delicado aroma de mis patas”. Y
» Tunick recibÃa, hasta su canastilla, un persistente “Cabrooooón, también
» encuérate” que, al parece, o no escuchaba o no se lo traducÃan.
» Yo no sé si habÃa panistas entre los participantes, pero si ahà estaban,
» ninguno se atrevió a responder el “Caaalderoooón, no tengo nada que
» ocultaaaar” que alguien lanzó. Se me ocurrió entonces si para que hubiera
» tanta gente habÃa tenido algo que ver el conflicto poselectoral, el debate
» sobre el aborto, la incertidumbre de la violencia del narco. Me preguntaba
» si los motivos tenÃan que ver con un ánimo de venganza contra los
» poderosos, una válvula de escape construida al pensar que estábamos ahÃ
» haciendo algo que normalmente nos hubieran prohibido y que ahora no nos
» podÃan impedir. En lo individual, por vÃa de lo colectivo, se trataba sin
» duda de un acto de libertad, de una utopÃa realizada, de un paraÃso en la
» tierra. De un pellizco a la impunidad que sufrimos, pero que envidiamos.
» Pero si se hubiera prolongado mucho no hubiéramos evitado echarlo a perder
» como Adán y Eva en el paraÃso. Cuando estábamos en posición fetal, el que
» estaba a mi lado no pudo reprimir levantar la cabeza para decir “oooórale,
» nunca habÃa visto tantos asteriscos juntos”, que provocó más de un ssshhhh
» y muchas risas. De todos modos era preludio de que venÃa cierto hedor.
» Cuando nos desplazamos para la última forma, caminada que agradecà porque
» la posición fetal habÃa durado mucho y me estaban aquejando mis viejos
» calambres en las piernas, levantar la mano izquierda y el Ãndice llevó a
» otros a bromear con un “Ahora todos, pÃquenle al de enfrente”, al que,
» después de las risas, le siguió un “Cambio de mano…”. No faltaron tampoco
» los encuentros casuales… “Vecino, qué gusto ¿cómo le va>”, pero obviamente
» el asunto no estaba para estrechones de mano, menos para un abrazo cordial.
»
» Dicen que alcanzar el arte, expresión más elevada de la naturaleza humana,
» nos permite alzarnos lo más lejos posible de nuestra condición de bestias,
» por ello una de sus expresiones simbólicas es la unión del dedo de Dios
» con el Humano que está en la Capilla Sixtina, nuestra huella rozando lo
» divino. Pero dicha sublimación no rompe nunca la cadena que une al ancla
» que nos aferra al lodo de nuestra podredumbre, por mucho que la estire. Al
» final, por un error que me parece injustificable dada la experiencia de
» Tunick, la utopÃa se rompió cuando mandaron a vestir a los hombres dejando
» desnudas a las mujeres para la última foto. Volvimos a ser diferentes. La
» magia se rompió. Peor aún, las dejamos vulnerables y más de uno no evitó
» la tentación de sacar de entre sus ropas, ya vestidos, su celular con
» cámara fotográfica. Cuando una vez, por fin, en este paÃs, asà fuera
» fugazmente, se habÃa construido un espacio libre de misoginia, cuando
» desnudos, habÃamos compartido una experiencia sin igual con las mujeres,
» junto a ellas, en el mismo plano, al mismo nivel, la imbecilidad tenÃa que
» echarlo a perder. Según se, la mayorÃa de esos juguetes sacan fotos y
» videos de calidad infame, pero la ocasión a la bajeza es un manjar que no
» se desprecia. Asà que no sólo hubo quien aprovecho para robarles su
» Ãntima, valiente individualidad sin su permiso, ya desvanecida la masa,
» sino que además aprovechó para exhibir su subdesarrollo: “Mamacita, que
» buena pechuga”. Y ellas tuvieron que vestirse con prisa, con un pudor y
» vergüenza que suponÃamos conjurados. ¿Qué no se imaginó Tunick las
» consecuencias> ¿Qué nadie le advirtió la inconveniencia de ese último
» capricho> ¿A nadie se le ocurrió pensar en nuestra idiosincrasia> Desde
» donde estaba, ya vestido, vi además que en ese instante estaban entrando
» mirones por Madero, haciéndoles a ellas más difÃcil encontrar su ropa y
» vestirse y no dudo que hubiera quién se quedó sin ropa. Ignoro si los
» organizadores, creyendo que ya estaba el acto concluido, quitaron las
» cercas o alguien las rompió, el caso es que venÃa un grupo corriendo para
» ver, decir, burlarse. O sea, no faltó el negrito en el arroz, pero yo digo
» que es culpa de Tunick, de nadie más.
» Al final no faltó el loco que no querÃa vestirse, que seguÃa corriendo
» desnudo por ahà queriendo prolongar el segundo de gloria al que aspiramos
» todos. ¿Y mis motivos para ir> Bueno, esos Nadie los conoce.
»
» Saludos cordiales de Nadie
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