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GANG BANG AFFAIRE... RESEÑA ÍNTIMA (General)

Escrito por Anaïs, (hace 6452 días)

Lo usual: he alquilado una suite y el cuarto aledaño. Así lo exige el hotel y así es más agradable. No es, ni lejanamente, la primera vez y la recepcionista ya sabe que conmigo no hay escándalos ni comportamientos indecorosos. Me da por reírme con esto de “comportamientos indecorosos” pues no cabe duda que los extremos siempre dependen del contexto: ¿qué tan decoroso le parecerá un Gang Bang al caballero que le “hace el amor” a su amante en el cuarto X> Aquí mismo, en este hotel, pusieron ojos de icosaedro la primera vez que alquilé un espacio para 5 hombres y una mujer… Pero hemos llegado al acuerdo tácito de que eso no es indecoroso y basta con que nadie mate a nadie ni desfilemos en pelotas por los pasillos. La decencia está a salvo y que cada quien haga de su culo un papalote. En cuanto a la moral, ya dijo el filósofo austriaco Karl Krauz que se trata de “una enfermedad venérea”.

Así que con mi carita de niña bien subo a revisar que ambas habitaciones estén limpias y debidamente ajuaradas. Todo en orden. Sólo falta pagar la mitad restante para que sean nuestras (no sé quiénes somos “nosotros”) durante un tiempo no mayor de 12 horas. Llego al bar, donde localizo de inmediato al grupo. Falta uno pero seguro llegará. Todavía estoy pensando esto cuando recibo su llamada. Se ha perdido. Le repito las señas y aseguro que llegue pronto, pues el tiempo en el bar es peligroso: a nadie se le deben pasar las copas, primero por seguridad y segundo porque tienen que funcionar en la cama. Hasta este momento no he pensado ni sentido: todo es técnico, funcional y un tanto mecánico. Cierto que de camino pensé que soy terriblemente puta, pero eso es siempre, no importa si voy a coger con uno, dos o los que sea, hombres o mujeres. Ahora no pienso eso (aunque no deja de ser la mera verdad), sólo echo un vistazo a los chicos con el fin de adivinar, con base en la experiencia, cómo van a comportarse. Todos parecen buena onda, conversan tímidamente entre sí y sobre todo ríen con nerviosismo. Los saludo familiar y alivianadamente y hago lo que puedo por romper el hielo. Sobre todo bromeo, para lo que me es muy útil el chico extraviado. La conversación me sirve para saber que, en principio, no hay psicóticos. Llega el que faltaba. Muestra un desenvolvimiento que se agradece. El que ha de ser árbitro fue designado desde antes, durante la organización del encuentro. Todos pagan su resto más su parte del hotel. Subo a liquidar en la recepción, le dejo la llave de la suite al árbitro y subo a la habitación.

Hasta donde alcanza mi memoria sólo he cojido con uno de ellos. Esto significa cuatro hombres más en mi lista. Y esto, a fin de cuentas, se traduce en cuatro vergas más. Es lo que pienso en el pasillo. Entro al cuarto ya excitada por este último pensamiento. Mientras me baño, visto y doy una mano muy ligera de maquillaje mis pensamientos y emociones son como un huracán y todos tienen que ver con genitales, sexo, placer y riesgos del placer.

El placer, así, a lo bestia, tienes riesgos importantes: el primero y obvio ser lastimada involuntariamente por alguien. No falta quien se imagina que me arriesgo al meterme con cinco hombres desconocidos, pero ese riesgo no existe o no es mayor que el de meterme con uno solo, pues, en este caso, contra un posible loco hay cuatro defensores.

Estoy caliente y vuelve ese pensamiento delicioso: qué puta soy, la más puta de las putas… y cómo me gusta serlo. En el bar (cosas que deja el oficio) no me fijo en los rostros. No sé el nombre de ninguno de ellos y no tengo idea de qué voy a encontrar debajo de las braguetas. Esa es una de las fascinaciones de mi oficio: nunca se sabe qué hay debajo de una bragueta. Y hay otras cosas imposibles de adivinar: cuánto tardará en llegar la erección, cuánto durará, cuántas veces, cuál será la forma de la verga, su sabor, su olor… Todos son misterios que me maravillan cada vez que me encuentro con un hombre. Esta vez son cinco. Sé, por las experiencias anteriores, que, cuando haya terminado el encuentro y todos estemos plenamente satisfechos, seguiré sin saber cómo fue cada verga. En mi mente, como en mi cuerpo, se fundirán en un solo acto brutal. Sí, brutal y salvaje, donde de humano tengo lo que de animal hay en cada uno de nosotros. Habré confundido formas y maneras de moverse; los rostros apenas si estarán en mi memoria. Todo será tan irreconstruible como ese reguero de condones que quedará en el cuarto. Condones usados que a alguien le parecerán sucios y a mí me parecen testigos de un placer que es extremo sólo si no se le ha vivido anteriormente. Ya no lo veo así salvo cuando comparo mis actos con lo que se llama “normalidad”, ahora soy solamente Anaïs, la que suponen extrema, la que se come 5 vergas al mismo tiempo, la que se hace retratar así, la que disfruta cada penetración, cada gota de líquido lubricante y cada trago de semen, la que ve como si se tratara de un milagro la belleza de la erección viril.

Las dos primeras veces sentí nervios. Ya no: quiero que me cojan estos cinco, quiero sentir sus ligeros temblores al venirse, oír sus gemidos, abrir mis sentidos tanto como ellos se encargarán de abrir mi cuerpo. Y quiero mi cuerpo abierto a más no poder, mi cuerpo invadido por machos ardientes.

Abro la puerta que conecta con la suite. Y ahí están los cinco viéndome. El que parece más desinhibido comenta que qué cambio entre la chica del bar y esta que entra como loba a devorarlos. No encontramos la música y decido bailar sin ella. Les pido que palmeen o chiflen o cualquier cosa rítmica, pero parecen tímidos o azorados y eso me divierte por el reto que propone. Entonces, sin más, me coloco en la cabeza la música de Cabaret (que era lo que bailaba cuando hacía Table) y me pongo a bailar. Restriego mis nalgas contra la bragueta del que me queda más a mano y les digo que se acerquen. Poco a poco lo hacen. El chico que está atrás me ha tomado por la cintura y me ha hecho sentir el proceso exquisito de su erección, otro decide no esperar más y se desnuda. El ejemplo es bueno y todos le imitan. Entonces veo sus vergas, tan distintas entre sí y tan deseables todas. Pero me falta ver una, así que, rodeada como estoy por vergas que se restriegan contra mi cuerpo aún semivestido, me volteo y desnudo al chico que me ha estado poniendo en el culo ese placer tan especial y delicado de una erección que se muestra y hace sentir aún sin desnudarse… como en los bailes, como en los bares, como en los cines. Pero aquí es un cuarto de hotel, son cinco hombres e irremediablemente me han de coger todos. Así, también a él lo desnudo, hincada empiezo a mamársela y alargo mis brazos para que quienes gusten pongan sus vergas a mi disposición.

Empezó lo verdaderamente fuerte. Lo que será fuerte aunque haga esto un millón de veces: estoy mamando una verga, tengo una más en cada mano y otras dos esperan su turno y yo no veo los rostros, yo no sé sus nombres, yo sólo tengo claro que entre más los toco y saboreo más siento el deseo entre mis piernas. Ya casi en trance tengo el último cuidado de la noche: mamar las cinco para contar con la certeza de que todos huelen bien y se ven sanos… Uno de ellos logra la erección con dificultad sólo mientras lo chupo… Esperemos que se reponga mentalmente y también me coja.

Me han desnudado y subido a la cama. Así, boca arriba, desnuda, con las piernas abiertas y los brazos extendidos hacia los costados, es la última vez que los veo a todos a la vez. Están desnudos y totalmente erectos, salvo uno que curiosamente ha estado en otro gangs: le digo que parece primerizo y me responde que en estas cosas siempre se es primerizo. Y quizá tiene razón porque entre tanto se están poniendo de acuerdo sobre quién me la mete primero y mi sospecha se cumple: eligen al que la tiene notablemente más gruesa, al que si lo hace mal puede lastimarme (un poco, siempre sólo un poco, pues la vagina se dilata y solita busca su placer). Mi inevitable orgasmo de cada vez que entra una verga. Bien: con esto quedará el paso franco para todos. Una vez que mi vagina se adapta a su tamaño y el placer es continuo le propongo que nos volteemos para que otro me la meta por atrás. Por lo visto la suerte anda jugando fuerte, igual que yo, pues siento una verga infinitamente larga, al punto que le digo “cuidado”. Me hace caso y empieza un vaivén indescriptiblemente rico tanto atrás como adelante. La doble penetración seguramente es el mayor de los goces sensuales… Una más está en mi boca y otras dos se pasean por mi espalda y mi cara. Termina uno de los primeros y entra otro, termina el segundo y entra otro, termina el que suplió al tercero y entra otro, termina el que suplió al segundo y entra otro… cada cual por el espacio liberado por su antecesor. Y yo estoy en trance de placer, abandonada al agreste sentido del tacto y sólo un poco al del gusto, pues el lubricar de cada verga sabe distinto.

En ese viaje a un mundo fantástico no hay descripciones porque no hay identidades. Sé que tanto mi vagina, como mi culo y mi boca han recibido cinco vergas (después sabré que sólo fueron cuatro porque uno de ellos sólo tuvo erecciones esporádicas mientras se la mamaba, ni hablar… como es de entenderse para mí es igual, pues nunca sentí vacío mi cuerpo). Entre más entran, se intercambian, regresan, etcétera, más se dilata mi cuerpo y más capacidad tengo para ser cogida. Nunca he contado mis orgasmos, mucho menos ahora.

De pronto siento en todos esa laxitud del placer completado. Yo aún puedo y quiero. El paparazzi empuña la cámara y todos aceptan de buena gana, incluso los que habían dicho por mail que ni locos. Se han hermanado: la comunión en la carne y el flujo de una puta; qué fuerte, qué sacrílego y que acorde con las buenas leyes de un Dios que prefiere esto a los pecados auténticos, aquellos en los que se daña a los demás.

Habían sido doce orgasmos, pero la cámara resucita a los muchachos y venga otra vez, todos por todos lados. Yo estoy que me sale lumbre porque además soy exhibicionista. Al final, cuando la cámara ha registrado todas las combinaciones de cinco elevado a la quinta potencia, cuando mi cuerpo forzosamente huele a hombre, y de mujer tiene lo que una mujer jamás pierde que es la sensualidad del placer y la falsa debilidad de la entrega, los cinco se paran en el colchón y se masturban encima de mí. Me cubro parte del rostro con la almohada, pues el semen en los ojos arde mucho. Siento una catarata ardiendo, otra, otra, otra y sé que mi cuerpo está cubierto de la semilla, de la propuesta del macho para la generación de la vida. Y ese semen derramado en mi cuerpo genera vida porque ahí todos nos sentimos vivos y con ganas de vivir; alegres y fuertes. También osados y generosos.

Ya después en el jacuzzi comentaremos. Muchos halagos para mí, cortesía obvia. Hacemos un plan que no revelaré todavía. Nos divertimos. La despedida tiene la calidez que no tuvo el saludo. Y es una despedida dubitante. Todos sabemos que quisiéramos seguir e ir más allá, pero también sabemos que el show ha terminado.

De vuelta a mi camerino, mientras me disfrazo de nuevo de niña bien. Trato de reconstruir lo sucedido. Tomo las notas en que se basa este relato. Me doy cuenta de que sigo caliente. Me doy cuenta de que me dieron un placer infinito estos cinco. Me doy cuenta de que me gusta lo que hago, de que me gusta ser quien soy y ser lo que soy: una puta (¿es despectiva la palabra>, ¿de verdad los eufemismos corrigen los hechos>). Y me doy cuenta de que puedo narrar todo esto porque una vez abandonado el hotel, en casa cocinando o leyendo soy, además, una dama, y es esta condición la que me permite narrar lo que hace una dama cuando la hembra se posesiona de ella en el nombre del placer, jamás el de la rapiña de un mundo que no está siendo arruinado por las putas, sino por otros que, damas o caballeros, producen en un segundo más desdicha que el placer que doy y me doy con mi “comportamiento indecoroso”. Qué bueno que soy puta y nada debo a Dios ni a los hombres.

¿Quién iba a decirte, ingenua Anaïs, que afuera los lobos acechaban> Mejor harías en ser puta de uno solo y no exponerte a la ira gratuita de los espíritus mezquinos de cuerpos insatisfechos. Pero eso, querida, forma parte de un mundo que tú has dejado atrás desde hace tiempo.


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