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Mi cuota de miedo (General)

Escrito por Nadie, Monday, 24 de April de 2006, 12:45 (6817 days hace...)

No soy un santo, por supuesto. Si lo fuera no andaría asomándome a este foro con tanta frecuencia, ni a las páginas, ni tendría en perspectiva algún encuentro por ahí. En todo caso, soy un usuario fracasado de sexoservicio, lo intenté, pero no es lo mío. Eso no quiere decir que sea casto, ni mucho menos. ¿Cuántas veces lo he hecho fuera de mi casa en los últimos dos o tres años> ¿Cinco, seis veces> Más o menos. Pocas, hasta eso. Todo con protección, por supuesto ¿O no> No. ¿Cuándo fue> Ahora que estoy pensando en años, creo que fue en el 96 o 97, sí, hace nueve o diez años. Yo andaba trabajando por ahí, lejos, en algún estado de la república. Treintañero incansable que recorría México, hospedándome en hoteles de paso que se llenaban de gemidos en la noche. Durante el día todo fue sonrisas y coqueteo con esa secretaria, oriunda de ahí. “El chilanguito es simpático”, debe de haber pensado. Después vinieron los roces de manos con el pásame ese papel y luego de torsos con esto de que el espacio es pequeño y el trabajo mucho. Uno, dos días saliendo a las diez, once de la noche. ¿Porqué no nos echamos un trago>, propuse al tercer día cuando, como sin querer, le pasé la mano bajo la blusa por la espalda y sonrió ampliamente.
Ella dos tequilas y yo igual número, pero de cubas. De ahí al hotel, donde sólo me pidieron la diferencia del cuarto, al tiempo que yo les pedía no lo pusieran en la factura. En la habitación la besé y sin más le quité la blusa para concentrarme en sus senos. Ella buscaba mi sexo y cuando nos dimos cuenta ya estábamos desnudos. No estoy seguro de a quién le habían pegado más los tragos, yo ardía de deseo y ella parecía no quedarse atrás. Entonces tuve un pequeño destello de lucidez: “Espérame, faltan condones” y ella contestó “No importa, ven así” y me jaló por las nalgas hacia sí, sumergiéndome de un solo movimiento entre la tersura de sus piernas.
Hace algunas semanas desperté en medio de la noche sobresaltado por una pesadilla y descubrí que estaba empapado en sudor. Fui al baño, me sequé la cara, me cambié de playera y me fui a acostar de nuevo. Al día siguiente fue igual, al tercero también, aunque en el día me sentía bien. Cinco días después las fiebres nocturnas ya me habían minado. Era obvio que me veía y me sentía mal. Fui con un médico cerca de mi casa y falló el diagnóstico: “infección en vías urinarias, tómate este antibiótico y no te preocupes”. Tres días después estaba peor. Se había sumado un insoportable dolor de cabeza, nauseas y agotamiento. Un nuevo diagnóstico de otro médico: “Tienes una infección por salmonela, con esta cajita de antibióticos te curas”. La cajita se terminó, el malestar seguía. En el trabajo me dijeron que no gastara en médico ni medicinas “tienes la prestación, aprovéchala”. El médico del centro de trabajo me miró, “estás muy demacrado”, dijo. Luego se puso a escribir en una hoja de papel. “Hay que hacer pruebas de sangre, acábate el tratamiento que te mandaron, aguanta dos días y luego vas al laboratorio a que te hagan estos estudios, cuando te los entreguen vienes”. Tres días para acabar las medicinas, dos sin nada, el estudio y dos para que me los entreguen, siete días en total para saber el resultado. Miré la hoja y las primeras siglas que resaltaron fueron “VIH”.
Internet, Google, búsqueda de información. ¿Tengo síntomas de Sida> En parte. Las fiebres nocturnas lo son, el agotamiento y la pérdida súbita de peso también, había perdido ya siete kilos. ¡Maldición! ¿Cómo> ¿Por qué> Entonces recordé lo que había pasado en aquellos años ¿Habrá sido aquella noche> ¿Cómo es que nunca se me ocurrió hacerme una prueba en todo este tiempo> Estoy infectado y si es así, mi esposa también lo está Entre nosotros usamos condón, pero sobre todo para evitar embarazos, por eso de vez en vez, cuando el periodo lo permite, nos damos la licencia de no usarlo. ¿Cómo voy a darle
esta noticia> ¿Cómo va a reaccionar> ¿Qué cara voy a poner si estoy infectado y ella no> ¿Me pedirá que me vaya de la casa> ¿Qué va a ser de mis hijos> ¿Y la más pequeña será seropositiva> Tiene tres años, su madre pudo haberla contagiado al nacer. Todo coincide, el tiempo del contagio, los síntomas… No, no todo. Sigo leyendo, descubro que otros síntomas son la tos seca, las infecciones oportunistas, los carcinomas en la piel. Cuando se está inmunodeprimido, una brizna de polvo puede llegar hasta uno con los microbios suficientes para mandarlo a la cama: gripe, faringitis, otitis, micosis, laringitis, otras más graves, como hepatitis. La salmonela, me entero, es una enfermedad recurrente entre enfermos de sida. Si esto es el sida es terrible, uno está débil, con diarrea, fiebres altas, duele todo y no hay ganas de nada, maldición, me está molestando la garganta, se me constipa la nariz, tengo más y nuevas infecciones y el antibiótico no hace nada.
¿Es esto lo peor> No, no lo es. ¿Quién me va a cuidar> ¿Iré a casa de mis padres> ¿Qué van a decir> ¿Qué van a decir mis hermanos> No puedo dejar el trabajo, necesito el seguro médico, si mi esposa me perdona y ella también está enferma, ambos lo necesitamos. ¿Qué harán mis compañeros de trabajo> ¿Cómo concentrarme en los informes que tengo que hacer> ¿Cómo pensar en otra cosa> Tengo un vecino homófobo, lo se, lo conozco, extrovertido y violento ha tenido conflicto con otros vecinos, seguramente me va a molestar, los demás vecinos se enterarán tarde o temprano, de un modo u otro, seré la comidilla del edificio. ¿Cómo serán mis relaciones de ahora en adelante>
¿Hay esperanza> Sí, sí la hay. Tener VIH no es el final del camino. Dicen que los cócteles antirretrovirales son tóxicos, enferman, pero curan. Ahí está el Magic Johnson, con niveles de virus indetectables, pero el empezó a atenderse siendo seropositivo, no cuando ya había síntomas y tiene dinero, todos los recursos necesarios. A los pobres cualquier diarrea los mata. Si empiezo a atenderme ahora ¿llegaré a esos niveles alguna vez>
Y así, durante siete largos, eternos días, fui pagando mi cuota de miedo. Cuando recogí mis estudios, salí del laboratorio, atravesé la plaza de un pequeño parque y me senté en una de sus bancas. Tomé las hojas, busqué la que más me interesaba y leí “Negativo”. Respiré hondo, extendí los brazos sobre el respaldo y aflojé el cuerpo mirando al cielo entre los árboles un largo rato. En realidad, ya sabía el resultado. La señorita de la ventanilla vio mi recibo, buscó las hojas de los distintos estudios, las acomodó, se detuvo un par de segundos en una de ellas, me miró, después volvió a los papeles, los engrapó, los puso en un sobre y me los entregó con una sonrisa y una mirada inconfundibles, “no te preocupes”, dijo en silencio.
El positivo que tanto temía salió en el estudio que confirmaba la salmonela. “Es una infección drástica”, dijo el médico, “vas a tener todavía un par de semanas de molestias y medicamento y cuida muy bien lo que comes en la calle”.
Esa misma noche, ya acostados y con la luz apagada, mi esposa se acercó a mí por la espalda y me susurró al oído: “¿Porqué estabas tan espantado con los estudios> Toda la semana estuviste distraído, mal ¿Tenías algún motivo para pensar que tenías sida>”

Yo me hice el dormido.

Saludos de Nadie.


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