LA MASTURBACIÓN (Cazadores de Mitos)
Este es uno de los cuentos que conforman el libro "Secreciones, excreciones y desatinos", del brasileño Rubem Fonseca. Su extensión es de una cuartilla y media.Saludos
Mecanismos de defensa
Leeuwenhoeck, que era dueño de una mercerÃa, inventó el microscopio para ver microbios. Se masturbaba y después examinaba su propio esperma par contemplar aquella mirÃada de minúsculas criaturas, que poseÃan cabeza y cola, moviéndose alucinadamente. El fue el primero que vio estos seres en el mundo.
Godofredo leyó eso en un libro. Inspirado en Leeuwenhoeck, compró un microscopio para examinar su esperma. Pero mientras que el holandés examinó otras secreciones y excreciones de su propio cuerpo ?heces, orina, saliva- Godofredo se interesó sólo por el semen. Hasta entonces, todo lo que conocÃa sobre ese fluido era su olor a blanqueador, y también el hecho de que contenÃa espermatozoides que podÃan embarazar a una mujer. El blanqueador, leyó en una botella de ese desinfectante que tenÃa en casa, estaba hecho de hipoclorito, hidróxido y cloruro de sodio.
Pero aquellos diminutos animales que veÃa en la viscosa secreción blanquecina eyaculada por su pene y embarrada en el portaobjetos del microscopio no podrÃan vivir en un lÃquido que servÃa para limpiar excusados, coladeras, lavabos y botes de basura.
Godofredo salió y recorrió varias librerÃas, donde compró libros que pudieran aclarar sus dudas. Después de leer uno de ellos, concluyó que el olor a blanqueador debÃa provenir del sodio que contiene el semen. Tal vez los aminoácidos, el fósforo, el potasio, el calcio y el zinc contribuyeran también, de alguna forma, a aquel olor a detergente.
Estudió también los espermatozoides. TenÃan dos partes, una cola y una cabeza, de formato plano y almendrado, que Godofredo podÃa distinguir fácilmente en el microscopio, a pesar de que esa cabeza, según los libros que habÃa comprado, tuviera apenas de cuatro a cinco micras de longitud y de dos a tres micras de ancho. Y era en aquella micrométrica cabeza donde se localizaba el núcleo en que estaban las moléculas genéticas llamadas cromosomas, responsables de la transmisión de las caracterÃsticas especÃficas de él, Godofredo, como el color verde de sus ojos, su cabello castaño liso, su piel blanca- si un dÃa llegara a tener un hijo. Una pulgada tenÃa 25 mil micras, los bichitos eran realmente pequeños. No tenÃa noción exacta de lo que era una micra, pero lo cierto, concluyó, era que, asà como la cabeza era la parte más importante del hombre, en el espermatozoide ocurrÃa lo mismo. La cola apenas servÃa para mover la célula, ondulando y vibrando, para que los espermatozoides compitieran a ver quién llegaba primero hasta el óvulo, que salvarÃa de la extinción a aquel gameto masculino. Fertilizar o morir, era el lema de los cuatrocientos millones de espermatozoides que contenÃa una eyaculación. Apenas uno solÃa escapar. La mortandad de estos seres no tenÃa igual en la historia de las catástrofes.
La masturbación diaria y el microscopio le permitÃan a Godofredo el acceso a un saber que antes no poseÃa. Esto es bueno, decÃa para sus adentros. Pero, después de un tiempo, Godofredo se masturbaba y ya no colocaba el semen en el portaobjetos. HabÃa perdido el interés, aquel movimiento le parecÃa ahora un grotesco ballet improvisado sobre una música dodecafónica. ¿Entonces aquella curiosidad cientÃfica no pasaba de ser un pretexto para masturbarse? ¿Y, si asà fuera? Como dirÃa el personaje de una pelÃcula famosa: ?¡Hey, no hablen mal de la masturbación! Es sexo con alguien a quien amo?.
Godofredo desarrolló una tesis, según la cual el sexo entre dos personas podÃa causar la mutua destrucción, pero la masturbación a solas no podÃa provocar ningún mal. Para comprobar su punto de vista, hacÃa suya la afirmación de un psiquiatra de renombre, autor de varios libros cientÃficos: la masturbación era la principal actividad sexual de la humanidad, algo que en el siglo XIX era una enfermedad, pero que en el siglo XX era una cura. Y en el siglo XXI, Godofredo agregaba, con los graves problemas de comunicación agravados por Internet, con los sufrimientos causados por nuestros inevitables brotes de egocentrismo y narcisismo, con las frustraciones resultantes del deterioro del medio ambiente, la masturbación era el más puro de los placeres que nos quedaban. Y las mujeres, a quienes siempre les fueron negados todos los placeres, podÃan encontrar en la masturbación una fuente redentora de deleite y alegrÃa.
Un onanista que se respete, decÃa, se masturba diariamente. Godofredo tenÃa cuarenta años, la edad del esplendor del onanista, según él, pero reconocÃa que no existÃa un rango de edad mejor que otro para esa actividad; cuando tuviera ochenta años, seguramente escojerÃa esa edad provecta como la ideal, convencido de que a partir de los doce años y hasta la muerte, el individuo está en condiciones de practicar la masturbación de manera más saludable y placentera. De acuerdo a sus teorÃas, además de la edad, no existÃan otras limitaciones, de constitución fÃsica, condición social y económica, escolaridad, etnia. Nada de eso interferÃa creando obstáculos o atenuando de alguna forma las emociones liberadas por aquella actividad. Si el tipo no poseÃa dinero para comprar uno de esos lubricantes que vendÃan en la farmacia y que tornaban más agradable la fricción del pene, podrÃa muy bien usar cualquier otra sustancia oleaginosa más barata, como el aceite de soya que se usa para cocinar. Además, no importaba si la persona era gorda o delgada, alta o baja, fea o bonita, negra o blanca, tÃmida o agresiva, culta o analfabeta, sorda o muda, pues sentirÃa de la misma manera la emoción fuerte que provocaba la masturbación. En cuanto a los aspectos higiénicos, no existÃan casos de enfermedades adquiridas por practicar el onanismo.
Masturbación y pensamiento debÃan estar siempre asociados, en una demostración de la indisoluble unión del cuerpo y la mente. HabÃa muchos que no pensaban, apenas usaban, simultáneamente, como burdo estimulante, el sentido de la visión. Pero, en aquel momento glorioso, el buen onanista pensaba. Yo pienso, decÃa.
¿Pensaba en qué? Cuando se masturbaba, pensaba en una mujer, en una determinada mujer. SabÃa que, si en vez de pensar en tal mujer, la tuviera en sus brazos, la relación sexual entre ellos serÃa una perfecta comunión fÃsica y espiritual.
Godofredo llamó por teléfono a esa mujer que no salÃa de su mente. Quien contestó fue la hermana. Los teléfonos modernos son muy sensibles, y él oyó que la hermana decÃa con voz sorda, pues habÃa puesto la mano en la bocina del aparato: ?Es Godofredo que quiere hablar contigo?. Y entonces también oyó la respuesta, que la mujer de sus sueños gritó: ?Ya te dije que no estoy para ese imbécil?.
Nada, pensó Godofredo nuevamente, estaba más cerca de la felicidad y el equilibrio emocional del ser humano que la masturbación. Era el pasatiempo de los dioses del Olimpo, el paraÃso de los mortales, delicia de delicias, el gran alimento de cuerpo y alma.