Tarde de sexo o el sutil romanticismo de una pelÃcula porno. (General)
El peugeot 307 cc tiene una maniobrabilidad increÃble. Su poderoso motor de 2.0 litros y 140 caballos de fuerza, mas su hipnótico y aerodinámico diseño, permiten dejar atrás a todos en viaducto con facilidad, alcanzando fácilmente los 160 kilómetros por hora en distancias cortas. Además, sus frenos de disco, con sistema ABS en las cuatro ruedas, hacen que bajar de esa velocidad a casi cero, para tomar la salida correcta, y luego volver a volar, sea cosa de niños. SerÃa una maravilla que pudiera llegar en esas condiciones a mi cita en un hotel de la Roma, lástima que no es mi caso. En cambio, iba en mi viejo chevy 96 a vuelta de rueda sobre un viaducto atestado de autos, preocupado no sólo por llegar tarde, sino además porque el ventilador eléctrico tardaba cada vez más en encender y la aguja de la temperatura se acercaba peligrosamente al filo del rojo.
Sin embargo, como sea, tomé el eje 2 poniente Monterrey al tiempo que se activaba el ventilador y, ya más tranquilo, pude reconcentrarme en la perspectiva de lo que me esperaba.
Me detuve en una farmacia, compré sico rojos sobre con 9, no porque fuera a usarlos todos (ya quisiera) sino porque era la única presentación que habÃa (los Trojan no me gustan) y por fin llegué al hotel. Fui a recepción al trámite de rigor y mientras subÃa las escaleras mandé un mensaje con mi celular indicando la habitación, según acuerdo previo. “Es un SMS, Su Majestad SofÃa, qué mamón soy”, me acordé. Abrà la puerta y fui directo a echarme de espaldas al colchón, no sólo para probar su resistencia sino porque realmente me hacÃa falta. Asà me quedé como 10 minutos, inmóvil, sin alcanzar a concretar la idea de que no habÃa espejo en el techo, aunque sà molestándome por eso, hasta que tocaron a la habitación. No bien habÃa abierto la puerta cuando recibà un beso rápido, de piquito, y ella se metió al baño con un “espérame tantito”. Aproveché para sacar de la cartera 3 billetes de quinientos que puse en el tocador, frente al espejo y esperé mientras me arreglaba el cuello de la camisa y el cabello.
Mi corazón se aceleró al verla salir y un pequeño remolino instantáneo fue concentrándose en el vientre para bajar hasta mi miembro con sensación de hormigueo, preparándolo para la acción. Llevaba puesta una microfalda roja entallada que comenzaba en las caderas y terminaba donde apenas iniciaban los muslos de sus piernas blanquÃsimas, torneadas, depiladas, suaves como trabajadas por ebanista del renacimiento, pilares sostenidos por zapatillas altas y abiertas, mostrando sus hermosos pies. Arriba, un bikini hecho apenas de dos pequeños triángulos equiláteros rojos también dejaba ver la turgente redondez de sus senos y su breve cintura. Se habÃa pintado de profundo sus ojos negros y otro rojo insinuante delineaba su boca. Se paró provocativamente abriendo las piernas y con los brazos en jarra: “¿Qué te parece>”, preguntó.
Fui de inmediato a abrazarla para no caer impresionado por la visión. “Eres hermosa”, contesté galante. Nos dimos un beso profundo y se separó un paso de mà para tomar los billetes y ponerlos en su bolsa con sonrisa pÃcara. La abracé de nuevo por la cintura desde su espalda y la llevé frente al espejo para tenerla ante mi vista al acariciar sus pechos, besar su cuello, aspirar su aroma, vestirla con mis manos y sentir el convexo de sus nalgas en el cóncavo de mi bajo vientre, donde la prominencia de mi excitación inevitable mejoraba el acoplamiento al vaivén de una música suave y antigua que comenzó a escucharse a lo lejos, en nuestro honor seguramente.
Liberar las caderas de la presión de la falda de lycra era una misión que mis manos tenÃan que cometer con la estrechÃsima supervisión de mi boca, que certificaba cada centÃmetro de avance con un beso húmedo y succionador. El complemento del bikini era tal y
como lo habÃa imaginado, otro triángulo equilátero rojo sobre el vórtice de su sexo depilado del que ya no me desprendà después de arrebatarle su última cubierta. Sentà el endurecimiento de su clÃtoris ante las caricias de mi lengua y ahà mismo, recargada en el tocador, comenzó jadear con sutiles espasmos. Me levanté de improviso, la cargué y la llevé a la cama, terminé de quitarle la tanga y volvà ahÃ, aún vestido, hasta que explotó en un orgasmo intenso que la hizo serpentear su cuerpo, girar en la cama, arquear su espalda y morderse el dorso de la mano para ahogar sus gritos. Miré el paisaje del paraÃso mientras me desnudaba. Aún no acababa de sacudirse cuando sintió la cercanÃa de un felattio inminente al que se entregó con fruición y asà estuve un buen rato sobre la cama, con su cabeza entre mis piernas regalándome placer hasta que tuve que detenerla, para evitar erupciones precipitadas. Me puse el condón y el resto fue un abrazo frenético del que no nos separamos hasta recorrer la cama de lado a lado y la galaxia del primero al último sol.
Nos entregamos al sopor por no se cuánto tiempo. Afuera comenzó a llover y a mà me despertó un calambre salvaje en mi pierna izquierda. Debo haber gemido de más, porque abrió los ojos espantada “¿Qué tienes>” “Un calambre –contesté- pero ya está pasando”. “Ahorita vengo, voy al baño”, contestó mientras caminaba al baño con su sinuoso andar de pantera.
“Es hora de las fantasÃas”, pensé mientras aprovechaba para sacar de las muchas bolsas del chaleco de fotógrafo, que habÃa colgado en el respaldo de la silla, una pañoleta de seda y un aceite para masajes y los escondà debajo de una almohada.
Cuando salió del baño, prendió la tele, que estaba en el mero canal porno. AhÃ, en un clásico close up, unos genitales se agitaban sin descanso mientras la actriz gemÃa, sin embargo, con aire de indiferencia y tedio.
Cuando regresó la acosté boca abajo, vendé sus ojos no sin antes cerrarlos con besos y comencé a darle un masaje con el aceite de aromaterapia que compré en una sexshop en el Eje Central y sus gemidos comenzaron a confundirse con los de la tele, donde una nueva pareja le daba un poco más de veracidad a la escena.
Recorrà con mis yemas resbalosas desde la punta de los dedos de sus pies hasta detrás de los lóbulos de sus orejas y en el camino subió otra vez el calor, los gemidos, los besos en mi pecho y los mutuos mordiscos en nuestros labios hasta engancharnos de nuevo de una, dos, tres maneras distintas; ella concentrándose en su piel y el sonido de la tele, yo, templado a mas no poder, mirándola a ella y la pantalla, sucedáneo del espejo en el techo que no existÃa.
Después descubrà que habÃan pasado como cuatro horas en total, incluido el segundo periodo de sueño. Al salir, pasamos a cenar a un Vips cercano y luego nos metimos a un centro comercial. Como este mes me toca comprar a mà la despensa, los tres billetes fueron a dar a la caja del centro comercial para pagar los dos carritos repletos de leche, cereal, arroz, frutas, verduras, toda la laterÃa, pastas de dientes, jabones, desodorante y el largo etcétera de la lista. Luego ya pasarÃamos por los niños, encargados en casa de mi suegra.