Vocación frustrada (General)
El chiste cuenta que un rey de un reino muy, muy lejano, convocó a especialistas, veterinarios, ganaderos y cualquiera que pudiera ayudarlo, para que vieran qué ocurría con su caballo preferido, que sufría una depresión inexplicable. Largas filas de médicos, criadores y gente en particular revisaban al caballo tratando de curarlo para ganar la enorme recompensa que el rey ofrecía. Un día llegó un tipo que pidió estar dos minutos a solas con el caballo. Cuando salió, el caballo brincaba de felicidad y el rey pagó la recompensa. Sin embargo, al cabo de unas semanas, el caballo estaba al borde de la muerte. No comía porque el frenesí de felicidad que lo embargaba era interminable. Preocupado, el rey emitió una nueva convocatoria ofreciendo esta vez, incluso, la mano de su hija al que resolviera la mortal alegría del caballo y, otra vez, largas filas de personas intentaron de todo sin éxito. Por fin, el tipo que lo había hecho feliz se presentó pidiendo de nuevo dos minutos a solas con el caballo, al cabo de los cuales, al salir había terminado con la felicidad del caballo, que ahora comía tristemente.
Intrigado, el rey le preguntó al tipo qué había hecho para cambiarle de ese modo el humor al equino. El tipo le dijo que la primera vez le había bastado con susurrarle al oído que la tenía más larga que él, lo que había causado la jubilosa reacción del animal. “¿Y la segunda>” Dijo el rey. “Ah, pues simplemente se la enseñé”.
Yo no sé cómo se filtró esta información al bagaje humorístico del pueblo, pues en realidad se trata de una anécdota personal mía que nunca había contado.
Obviamente no se trataba de un rey, sino de un narco que tenía un enorme rancho en Sinaloa y como no le hizo gracia lo que le hice a su pura sangre preferido, decliné aceptar, lo más rápidamente que pude, la mano de su hija (que por lo demás no era muy agraciada). Al contrario, puse tierra de por medio, con esos cuates no hay que meterse.
Como sea, conciente de mis atributos casi sobrenaturales, decidí intentar por segunda ocasión convertirme en aquello que, seguramente, el destino me tiene reservado: convertirme en la más espectacular estrella porno de todos los tiempos. Así que después de ver la convocatoria de la Exposexo de este año, fui a inscribirme al casting y llevarme con la mano en la cintura los 500,000 pesotes que ofrecen a los seleccionados. Como ya me enteré tarde, me tocó el lugar 58916, pero no dejé que tan pequeño detalle me desanimara.
Ante tanta demanda, los organizadores decidieron filtrar la prueba con una preselección visual de los candidatos. Nos ponían en filas de 500, quesque para abreviar y no más porque no cabían en el escenario del Palacio de los Deportes, nos pedían desnudarnos y pasaban a correr a los que no cubrían los requisitos y seleccionar para la siguiente fase a los probables. Así que me encueré y me paré con una pose más displicente que la que seguramente tiene Tom Cruise en Misión Imposible III (no la he visto, pero no dudo que tenga esa actitud el plomito ese). Al verme, los seleccionadores no sólo me dijeron que iba a hacer una prueba de campo, sino que además se sintieron afortunados de que fuera. Uno de ellos le agradeció a Dios haberle dado la oportunidad de ver algo tan portentosamente bien creado.
Seguro de mí mismo, esperé con calma el momento de la verdad. El set estaba listo, las luces encendidas, las cámaras bien enfocadas y con foquitos rojos que parpadeaban. Cuando me encueré de nuevo, los camarógrafos abrían mucho los ojos, tragaban saliva y luego disimulaban ajustando sus equipos. Paseándome en el set, revisé la cama haciendo como que no oía el rumor de asombro de todos. De repente, se escuchó la llegada de la susodicha campeona del sexo que ayudaba a los productores a hacer el casting. Entró mostrando sus increíbles atributos con una diminuta tanga que arrancó suspiros en los
hombres y exclamaciones de envidia a las mujeres. La vi por la espalda por un rodeo que dio para llegar a la cama. Mientras me acercaba se acostó, se quitó la tanga de un movimiento y levanto las piernas, abriéndolas. Preparado para lo que dijera, me acerqué más acariciando mi arma y acomodándome para partirla en dos.
Pero mi karma para la pornografía seguramente carga con alguna maldición ancestral. Cuando vi la cara de mi probadora, brinqué del susto:”Tía Petunia…. ¿Qué haces aquí>” Y ella contestó “Mira, pero si eres Nadie, mi sobrino favorito… ¡Ay hijo, pues hay que ganarse el bolillo de algún modo! Le vas a guardar el secreto a tu tía consentida ¿verdad> Tu tio se pondría muuuuyyyy triste. Acuérdate quién te llevaba al zoológico de niño, cuando no te pelaban tus papás.” “Sí, sí tía, claro…”, contesté. “Pues ya vete hijo, que ando trabajando…”
Mientras, el director gritaba tras de cámaras “Ese no sirve, ya perdió sus treinta segundos de oportunidad, sáquenlo…¡Qué pase el que sigue!”
Ni modos, mi inevitable encumbramiento en el mundo de la pornografía deberá esperar otra oportunidad.
Saludos de Nadie.